Fiel a su compromiso con la actualidad del cortometraje y el documental, el festival Zinebi se convirtió en su 66ª edición en un escaparate privilegiado de voces preocupadas por el devenir de un mundo, el nuestro, azotado por la intransigencia, los conflictos bélicos y los desconciertos afectivos. En este sentido, la película ganadora del Gran Premio del festival, la producción italiana ‘The Eggregores’ Theory’ de Andrea Gatopoulos, ilustra la originalidad y singularidad de las propuestas exhibidas en el certamen vasco. Estamos ante una obra de animación que emplea material generado por Inteligencia Artificial, sin embargo, lejos de toda asepsia expresiva, la película exhibe un fuerte talante autoral y un compromiso crítico con la realidad contemporánea. El cortometraje se presenta como una parábola distópica en la que la humanidad se enfrenta a una pandemia provocada por una palabra que, al ser pronunciada o leída, provoca un rastro de muerte y devastación. Gatopoulos construye así una metáfora sobre el modo en que la censura puede desencadenar una calamitosa cascada de aislamiento, paranoia e ignorancia. Un escenario apocalíptico que el cineasta retrata con un conjunto de estampas en blanco y negro en el que la herencia iconológica de epidemias y guerras del pasado reverbera en un presente en crisis, marcado por el recuerdo del COVID, el fenómeno de las fake news y el auge de los extremismos. Además, en lo que parece un guiño a ‘La jetée’ (1962) de Chris Marker, la película perfila una emocionante historia de desamor contada con imágenes que tienden a la estasis.

the eggregores theory
Gargantua
’The Eggregores’ Theory’.

En el ámbito nacional, el Gran Premio del Cine Español fue para ‘Horizontal’, cortometraje en el que la bilbaína Alex Reynolds construye una fábula cálida como un abrazo y fría como la noche, donde una niña pequeña se ve empujada a cuidar de su padre. El padre apenas se tiene en pie y tose agónicamente, mientras que la hija se encarga de conducir, cocinar y vigilar los alrededores de la casa en la que transcurre el relato. En su apuesta por el misterio y una cierta abstracción, la película perfila una dialéctica próxima al claroscuro emocional. Del lado luminoso, ‘Horizontal’ alumbra un detallado conjunto de indicios de cuidado y ternura, mientras que, del lado tétrico, la película despliega una colección de signos de enfermedad, aislamiento y sufrimiento, además de un cierto desorden de responsabilidades. Que este viaje disfuncional logre esquivar el moralismo en pos de una meditación sobre la inexplicable fortaleza de los lazos familiares debe considerarse un discreto y a la vez mayúsculo triunfo cinematográfico.

Luego, el Gran Premio del Cine Vasco fue a parar a ‘Ehiza’ de Aitzol Saratxaga, que según el jurado del festival logra “reflejar la tradición y la idiosincrasia de la cultura vasca a través de unas sólidas interpretaciones en un relato mitológico que sigue teniendo eco en la sociedad actual”. Tomando como referente el cuento popular ‘Mateo Txistu’ –que alude a la figura de un sacerdote castigado a vagar por el mundo por su afición a la caza–, la película se sitúa en una aldea del País Vasco, a finales del siglo XIX, donde, tras la desaparición de un párroco, el Arzobispado envía a dos sacerdotes a investigar los acontecimientos. A partir de un virtuoso trabajo escénico, en plano secuencia, Ehiza muestra el enfrentamiento entre la comunidad local y los representantes de la Iglesia, una lucha por el poder en la que palpitan la desconfianza y el rencor. El cortometraje, con guion de David Pérez Sañudo y Ainara Mentxaka, propone una estimulante meditación sobre los límites de las leyes morales, los edictos sociales y los dogmas de fe. Y, a la postre, la película articula una reflexión sobre la idea del print the legend que John Ford exploró en la magistral ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ (1962). En ocasiones, la fabulación se convierte en el arma más eficaz para mantener el orden social.

Siguiendo con el panorama internacional, el Mikeldi al Mejor Cortometraje de Ficción fue para la producción franco-libanesa ‘2006’ de Gabriella Choueifaty, que transcurre en el año que da título a la pieza, en “algún lugar de las montañas que rodean Beirut”. Allí, en un territorio azotado por los ataques con misiles del ejército israelí, tres mujeres (una madre y dos hijas) conviven en el interior de una casa. El cortometraje sondea, con paciencia y atención a los detalles, el malestar de unos personajes que experimentan las dificultades que supone vivir en un encierro obligado. En particular, llama la atención la experiencia de la hija pequeña, que encara el difícil periodo de la pubertad –un momento vital en el que resulta necesaria una apertura al mundo– en una época en la que el mundo se presenta como un lugar inhóspito. Capturando la densidad dramática de unas situaciones tensadas entre los gestos cotidianos y la excepcionalidad de la situación bélica, ‘2006’ retrata una realidad, la de la vida bajo la amenaza de las bombas, que por desgracia sigue muy vigente en el 2024, tanto en Ucrania como en Gaza.

2006
Force Majeure
’2006’.

En el caso del Mikeldi al Mejor Cortometraje Documental, se impuso la fuerza testimonial, pero también poética, de la producción nepalí-belga ‘Songs Of Love And Hate’ de Saurav Ghimire. La película se centra en la figura –más presente en el off sonoro que en las imágenes– del presentador de un consultorio sentimental radiofónico del Nepal. Siguiendo a este personaje esquivo, la película propone un viaje por parajes naturales de una belleza sublime, que resplandece en la pantalla a través de un blanco y negro contrastado y granulado. Aunque, como contrapunto a tanta exuberancia estética, la banda de sonido va recogiendo testimonios de personas golpeadas por la opresión social: una mujer que no quiere someterse a un matrimonio concertado, amantes condenados por el sistema de castas, un joven gay obligado a casarse para ocultar su orientación sexual... A través del juego audio/visual, la película parece sugerir que la represión del sistema llega hasta los confines más remotos del Nepal, lugares en los que la vida parece imposible, como ocurría en la memorable y terrible Las Hurdes, tierra sin pan (1933) de Luis Buñuel.

Más allá de la primera línea del palmarés, el cine español también logró otras distinciones, como el Premio del Público EiTB, que fue para ‘Abellón’, de Fon Cortizo, cuyo título hace referencia a una práctica funeraria que tenía lugar a principios del siglo XX en las Rias Baixas. En aquel ritual fúnebre, tenía un peso importante la figura (y sobre todo el zumbido) de la abeja, que actuaba como mediadora entre el mundo de los vivos y los muertos. Este motivo histórico se materializa en el cortometraje de la mano un apicultor que debe lidiar con la vejez de su abuelo y su rol de padre de un niño pequeño. Sobre esta premisa, Cortizo elabora un alambicado juego narrativo en torno al concepto de la audiodescripción, ese acompañamiento oral pensado para los espectadores ciegos. En un principio, ‘Abellón’ presenta un ejercicio de audiodescripción clásico, en tercera persona y revestido de objetividad. Pero la cosa se complica cuando se descubre que quién pone voz a la audiodescripción es el actor que da vida al apicultor, que además iniciará un diálogo con una chica ciega que se propondrá audiodescribir sus sueños. De esta manera, mediante este laberinto metanarrativo de tintes borgesianos, Cortizo va en busca de los límites de lo visual y lo narrativo en su representación del peso de las herencias familiares.

Luego, el Premio Unicef fue para el cortometraje documental ‘Campolivar’ de Alicia Moncholí, en el que la cineasta emplea un conjunto de cintas de caset y mensajes telefónicos reales para evocar los fantasmas de una infancia marcada por la difícil relación con la figura paterna. Esta premisa podría llevar a imaginar una obra marcada por la crudeza testimonial, sin embargo, la apuesta de Moncholí por explorar, desde lo visual, un registro fabulístico inmuniza la película contra la sordidez, sin dejar de perfilar una hondura dramática. Así, mientras la banda de sonido y el archivo fotográfico exorcizan una serie de heridas del pasado (desde la dura separación de los padres hasta la decadencia del progenitor), las nuevas imágenes filmadas por la cineasta alumbran un territorio fronterizo entre la autobiografía imaginaria y el cuento de tintes siniestros. En el proyecto de Moncholí palpita el talento que poseía Carlos Saura para observar, desde la perspectiva sensible e inocente de la infancia, la cara más turbia del mundo de los adultos. Aunque cabe señalar que ‘Campolivar’ esquiva toda nostalgia y abraza una estética contemporánea. Afín a la impureza y el desbordamiento audiovisuales, la película perfila una alegoría memorística aliñada con imágenes de Google Earth, inmersiones submarinas y noches iluminadas con haces de luz resplandecientes.

campolivar
Queralt Pons
’Campolivar’

Por último, cabe destacar la película ganadora del premio a la Mejor Opera Prima del Concurso Internacional ZIFF – ZINEBI First Film, que fue la coproducción entre Chile, Francia y Argentina ‘Una sombra oscilante’ de Celeste Rojas Mugica. En ella, la cineasta chilena decide indagar en la memoria de su padre, Lucho Rojas, quien participó en la lucha clandestina en contra del gobierno militar de Augusto Pinochet. La temática podría parecer manida, pero la película se aleja de los lugares comunes y del didactismo gracias a un discurso erigido sobre los interrogantes que la hija va articulando a partir de la observación de una serie de fotografías, algunas de ellas tomadas por el padre durante los años de dictadura (incógnitas sobre la identidad de un padre que tuvo que vivir de incógnito). Aunque la mayor aportación de Rojas Mugica es la puesta en relación de la actividad política del padre y su propia labor como cineasta. En un pasaje ilustrativo del proceder conceptual y poético del film, se construye un paralelismo entre la narración un episodio de paranoia del padre, durante la clandestinidad, y el revelado, durante la creación del film, de una fotografía analógica. Así, el ejercicio de memoria se imbrica con el propio proceso artesanal de creación de una película filmada en celuloide. Cine y vida hermanados por un vínculo intergeneracional que alumbra, también, una lucha social todavía en marcha.

Headshot of Manu Yáñez

Manu Yáñez es periodista y crítico de cine y está especializado en cine de autor, en su acepción más amplia. De chaval, tenía las paredes de su habitación engalanadas con pósteres de ‘Star Wars: Una nueva esperanza’ de George Lucas y ‘Regreso a Howards End’ de James Ivory, mientras que hoy decora su apartamento con afiches de los festivales de Cannes y Venecia, a los que acude desde 2003. De hecho, su pasión por la crónica de festivales le cambió la vida cuando, en 2005, recibió el encargo de cubrir la Mostra italiana para la revista Fotogramas. Desde entonces, ha podido entrevistar, siempre para “La primera revista de cine”, a mitos como Clint Eastwood, Martin Scorsese, Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Timotheé Chalamet, entre otros.

Manu es Ingeniero Industrial por la Universitat Politécnica de Catalunya, además de Máster en Estudios de Cine y doctorando en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra. Además de sus críticas, crónicas y entrevistas para Fotogramas, publica en El Cultural, el Diari Ara, Otros Cines Europa (escribiendo y conduciendo el podcast de la web), la revista neoyorkina Film Comment y la colombiana Kinetoscopio, entre otros medios. En 2012, publicó la antología crítica ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’ y ha participado en monografías sobre Claire Denis, Paul Schrader o R.W. Fassbinder, entre otros. Además de escribir, comparte su pasión cinéfila con los alumnos y alumnas de las asignaturas de Análisis Fílmico de la ESCAC, la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Es miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica) y de FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), y ha sido jurado en los festivales de Mar del Plata, Linz, Gijón, Sitges y el DocsBarcelona, entre otros. 

En el ámbito de la crítica, sus dioses son Manny Farber, Jonathan Rosenbaum y Kent Jones. Sus directores favoritos, de entre los vivos, son Richard Linklater, Terence Davies y Apichatpong Weerasethakul, y su pudiera revivir a otros tres serían Yasujirō Ozu, John Cassavetes y Pier Paolo Pasolini. Es un culé empedernido, está enamorado de Laura desde los seis años, y es el padre de Gala y Pau.